No te aborrezco por tu olor a placard de Al Capone, ni por tu onomatopéyica pata de palo, ni siquiera por la remera con la cara de Majul que me regalaste el año pasado. No. Te odio por despertarme en medio de la noche al grito de
“¡ahí viene Morgan, ahí viene Morgan!”, y ver que no es cierto, ver que el que en realidad viene es Keith Richards disfrazado de bombero.
PRIMER GRITO
Suena el despertador, cinco a eme: mis puteadas recorren la historia y llegan hasta Martín Lutero. Por alguna razón le atribuyo gran parte de la culpa. Un setenta y dos por ciento.
SEGUNDO GRITO
A los nueve círculos del infierno del Dante, le falta uno: el de los que piden prestados discos que nunca devuelven. Están condenados a vagar casa por casa, instrumentando una y mil artimañas para lograr que les presten discos, pero nadie les presta nada. Dedicado a mi maestra de quinto grado, que nunca me devolvió Mastropiero que nunca.
TERCER GRITO
(leáse con voz de locutor de la Rock & Pop)
“El lugar común tiene un nombre: Jóvenes Pordioseros”. Aplicable a Pier, la 25, Guasones, etcétera, etcétera, y así ad infinitum.
CUARTO GRITO
Tuvo lugar la siguiente escena en la película: (terapia de familia)
“Muy bien. ¿Dónde empiezo? Mi padre era un panadero belga...con voluntad implacable para superarse, padecía de narcolepsia y tenía inclinación a la sodomía. Mi madre era una prostituta francesa de 15 años llamada Chloe. Mi padre era mujeriego y tomaba. Solía hacer absurdas afirmaciones, tales como que había inventado el signo de interrogación. A veces acusaba a los castaños de flojera. (....) Mi niñez fue típica. Veranos en Rangún, carreras de trineo. En la primavera, hacíamos cascos de carne. Cuando me portaba mal, me metían en una bolsa y me golpeaban con palos. Bastante normal. A los 12 años, me dieron mi primer amanuense. Cuando tenía 14 una Zoroastriana llamada Vilma afeitó mis testículos ceremonialmente.... No hay nada como un escroto afeitado. Es asombroso. Les sugiero que lo prueben.” Osita y yo nos reímos horas.
El Coso se ríe de nosotros, ha elegido para cada uno la maceta específica que caerá inexorable sobre nuestras testas, poniendo fin a tanto arte inútil, a tanto pichón de Rivière que anda dando vueltas.